Hacer juicios nos protege, pero ¿de qué?

  Cuando damos un consejo o emitimos una opinión, lo hacemos desde la propia experiencia.

Nuestros circuitos neuronales están a nuestro servicio, para hacer evaluaciones.

  El juicio pasa por nuestra naturaleza: es absolutamente instintivo, automático y necesario. El juicio surge en el lóbulo frontal, en el mismo sitio en el que reside la función del lenguaje, un tipo de movimiento, algunos rasgos de la personalidad y la toma de decisiones. Como podéis intuir, son operaciones avanzadas, no es sencillo. Y no hay tanto que podamos hacer para evitarlo, pues éstas funciones están al servicio de nuestra supervivencia. Pero sí que podemos decidir a posteriori. Me explico. Podemos hacernos conscientes de estos juicios que se están formando y decidir qué hacer con ellos.

 “Todo juicio, se sustenta en nuestras pasiones”

Salvador Elizondo

  Mediante el juicio hacemos sucesivas valoraciones de los elementos de nuestro entorno para protegernos si es necesario. Si os fijáis, nuestro organismo posee varios mecanismos para protegernos en caso de necesidad. Para ello, evalúa el entorno, identifica los puntos de riesgo y luego reacciona. Están implicados la percepción, el razonamiento o juicio y el sistema nervioso. Todo esto sucede de forma automática: nosotros no accionamos ninguno de estos mecanismos de manera consciente. Por tanto, esos juicios, son automáticos. Podemos romper el círculo e intervenir en algunos puntos.

  Ahora bien, ¿cómo trasladamos esto a las relaciones? Como humanos, juzgamos a todo y a todos. ¿Es esto malo? No necesariamente.

Es útil: como cuando caminas por la noche y eliges una calle con más iluminación

  En una situación inocua para nosotros, como es un sencillo intercambio social, el juicio no nos protege de un peligro físico inminente. ¿Entonces de qué lo hace? Pues puede que del rechazo, de la herida o del daño. Si evitamos mezclarnos con personas que piensan, se visten o hablan distinto a nosotros, evitaremos también un posible rechazo o una contrariedad.

  Pero, si tomamos estas ideas como verdades universales, quizás ahí si que erramos.

 Cuando nos hacemos conscientes de las valoraciones que hacemos, podemos tomar cierta distancia con ellas y decidir cuáles nos son útiles y cuáles no.

  Para filtrar, os propongo unas preguntas que he pensado pueden ser útiles:

  1. ¿Para qué me sirve este juicio?: como hemos dicho, se supone que nos brindan protección. Entonces podemos cuestionar si estos pensamientos nos están protegiendo de algo. Si es algo propio o que le pertenece a otra persona.

  2. ¿En qué me parezco a esa persona?: buscar las semejanzas, que seguro que las hay, con la persona que tenemos delante o que es objeto de nuestro juicio. Por muy distintos que seamos, seguro que hay algo: somos humanos, para empezar, entonces lo básico lo tenemos parecido. Todos necesitamos afecto y a veces nos comportamos acorde a satisfacer esta necesidad.

  3. ¿Este juicio es fruto de lo que creo que están pensando de mí? : me explico. A veces, la mejor defensa es un buen ataque, y si yo pienso mal de ti primero, me protejo de lo que tú puedas pensar de mí. Enrevesado pero… creo que acertado.

  Desde la conciencia podemos tomar decisiones con más claridad. Elegir de quién nos rodeamos, es sano y adecuado, diría. Hacerlo desde un plano de equidad y no desde la superioridad moral, es todo un reto.

Vicky Cervera,

psicóloga

 

Siguiente
Siguiente

Superar malos momentos